Dios no va conmigo
Holly Ordway
Filosofía
Editorial UFV. 2020
ISBN: 9788417641528
El hombre caído no es solo una criatura imperfecta que necesita mejorar: es un rebelde que ha de deponer las armas.
C. S. Lewis
[El hijo pródigo] debe rendirse a su legítimo Soberano. Es un delincuente huido; debe regresar, como primer paso, antes de que se pueda decidir nada al respecto de él, bueno o malo; es un rebelde, y debe deponer las armas.
John Henry Newman
«Hace más de trescientos cincuenta años que el científico y matemático francés Blaise Pascal reflexionaba sobre la conducta de ciertos amigos suyos —al parecer bastante libertinos— y afirmaba algo que no deja de ser cierto por poco original que resulte: la vida humana se caracteriza por la ausencia de certezas; solo tenemos una: la muerte. Y no parece que esto haya cambiado desde entonces. Además, Pascal se lamentaba de una reacción ante este hecho que parecía ser bastante común en la sociedad en la que él vivía: mirar para otro lado, hacer como si la muerte no existiese o como si fuese algo que le sucede a los demás; tratar de ocupar el mayor número de horas del día con la mayor cantidad de preocupaciones, tareas o distracciones cotidianas de manera que no nos quede un instante de silencio interior para plantearnos la pregunta que, dadas las certezas que tenemos, se convierte de forma automática en la cuestión con mayúsculas: ¿qué hay después de la muerte?»
Cautivado por el sentido
Alister E. McGrath
Filosofía
Editorial UFV. 2018
ISBN: 9788416552931
La ciencia, la fe y cómo tratamos de entender las cosas
«¿Por qué le gustan tanto a la gente los relatos de misterio? Los detectives de la televisión se han convertido en parte integral de la cultura de Occidente. Las estanterías de nuestras tiendas de libros se encuentran atestadas de las últimas novelas de autores del estilo de Ian Rankin y Patricia Cornwell así como de los grandes del pasado. Escritores como Sir Arthur Conan Doyle, Agatha Christie, Raymond Chandler, Erle Stanley Gardner y Dorothy L. Sayers se labraron una reputación gracias a ser capaces de mantener el interés de sus lectores conforme una in nidad de misteriosos casos de asesinato se iba resolviendo ante sus ojos. Devoramos las aventuras de detectives de ficción como Sherlock Holmes, Philip Marlowe, Perry Mason, Lord Peter Wimsey y la señorita Jane Marple. ¿Por qué disfrutamos tanto de algo así?
Dorothy L. Sayers tenía su propia explicación al respecto. Allá por 1940, la autora recibió una invitación para dirigirse a la nación francesa con el propósito de elevar sus ánimos en las etapas iniciales de la Segunda Guerra Mundial. Decidió darle un empujón a la autoestima de los franceses haciendo hincapié en la importancia de aquel país como origen de grandes detectives literarios. Por desgracia, llegado el día 4 de junio de 1940, Sayers no había terminado de preparar su charla. El alto mando del ejército alemán, consciente sin duda de la oportunidad que le brindaba aquel retraso, invadió Francia una semana más tarde. La charla de Sayers, en honor de la figura del detective literario francés, nunca llegó a transmitirse.
Una de las temáticas centrales de la disertación de Sayers era que la ficción detectivesca atrae a nuestro más profundo anhelo de interpretar lo que para algunos parece una serie de sucesos inconexos. Sin embargo, dentro de esos mismos sucesos se encuentran las pistas, los indicadores de relevancia, capaces de conducirnos a la resolución del misterio. Resulta necesario identificar las pistas y situarlas en contexto. Tal y como lo expresa Sayers a través de una imagen de la mitología griega: «seguimos, paso a paso, el hilo de Ariadna y acabamos llegando al centro del laberinto». O, por recurrir a otra imagen popularizada por el gran filósofo de la ciencia británico William Whewell (1794-1866), hemos de hallar el hilo correcto en el que engarzar las perlas de nuestras observaciones, de modo que estas expongan así su verdadera disposición.
Sayers, una de las novelistas británicas más exitosas y de un mayor talento en el género detectivesco, acertaba de manera incontestable al resaltar la importancia del anhelo que tiene el ser humano de llegar a entender las cosas. La «edad de oro del relato detectivesco», a la que ella contribuyó en gran medida, fue un poderoso testigo de nuestro anhelo de descubrir patrones, hallar un sentido y revelar secretos ocultos. La novela negra apela a nuestra creencia implícita en la intrínseca racionalidad del mundo que nos rodea y a nuestra capacidad para descubrir sus patrones más profundos. Ante nosotros se sitúa algo que requiere una explicación, como en uno de los casos más conocidos de Sherlock Holmes, la misteriosa muerte de Sir Charles Baskerville. ¿Qué había sucedido realmente? No estuvimos allí para observar el suceso, y, sin embargo, por medio de un análisis minucioso de las pistas, podemos llegar a identi car la explicación más probable de cuanto había ocurrido en realidad. Habremos de tejer un entramado de sentido en el que el suceso encaje de manera natural y convincente. Las pistas, a veces, apuntan a diversas soluciones posibles: no pueden ser todas correctas, tenemos que decidir cuál es la mejor explicación de lo observado. La genialidad de Holmes reside en su capacidad para dar con la mejor forma de interpretar las pistas que descubre en el transcurso de su investigación.»
La historia de la apologética
Avery Dulles
Filosofía. Teología
UFV & BAC. 2017
ISBN: 9788415423256
Encuentros y desencuentros entre la razón y la fe
«En la mente de muchos cristianos de hoy en día, el término apologética acarrea connotaciones desagradables. Se considera al apologeta una persona oportunista y agresiva que intenta, por medios claros o turbios, una argumentación para que la gente se una a la Iglesia. Son numerosas las acusaciones que aguardan en el umbral de la apologética: su olvido de la gracia, de la oración y de la capacidad de dar vida de la palabra de Dios; su excesiva tendencia a la simplificación y la silogización del acercamiento a la fe; su dilución del escándalo del mensaje cristiano; y su presuposición implícita de que la palabra de Dios habría de ser juzgada conforme a la norma de la falible —por no decir fallida— razón humana.
No cabe duda de que algunos apologetas cristianos han sido culpables de todos estos cargos, pero podría resultar conveniente preguntarse: cuando se lanzan tales acusaciones, ¿tiene el acusador en mente a los grandes maestros de la apologética o más bien a los charlatanes, los picapleitos y los profesionales de segunda fila? Antes de someter a juicio a la apologética como un todo, uno debería estudiar lo mejor de esta tradición. Volvamos a echar un vistazo a Clemente y Orígenes, Eusebio y Agustín, Tomás de Aquino y Ficino, Pascal y Butler, Newman y Blondel. Una mirada más atenta a los apologetas revelará que muchos de ellos eran hombres sinceros y valientes que veían la relación entre fe y razón de muchas formas distintas. Hombres de oración, algunos de ellos lucharon con denuedo por conocer la voluntad de Dios hacia ellos. Eruditos que no escatimaron esfuerzos con tal de asegurarse de que su compromiso religioso era intelectualmente honesto. Hombres de talento, incluso genios, que de manera incisiva investigaron tanto el dinamismo del espíritu humano en su búsqueda de Dios como el dinamismo de la palabra de Dios que va al encuentro del espíritu humano. Hombres elocuentes, algunos de ellos plasmaron sus reflexiones en clásicos inmortales.»
La soledad del hombre de fe
Joseph B. Soloveitchik
Ensayo
Nagrela editores. 2015
ISBN: 9788494379000
«No es el objetivo de este ensayo debatir sobre el milenario problema de la fe y la razón. La teoría no me preocupa ahora. Deseo, en cambio, centrarme en una situación del ser humano, en la cual se ve envuelto el hombre de fe como ser individual concreto, con sus afectos y esperanzas, preocupaciones y necesidades, sus alegrías y sus momentos tristes. Todo lo que diré aquí, por tanto, no se deriva de la dialéctica filosófica, las especulaciones abstractas o las reflexiones impersonales distantes, sino de situaciones reales y experiencias a las que me he enfrentado. De hecho, el término conferencia constituye también, en este contexto, una inexactitud. Se trata más bien de la narración de un dilema personal. En lugar de hablar de Teología, en el sentido dialéctico, de una forma elocuente y con frases equilibradas, desearía confiar en ustedes con vacilaciones y titubeos, y compartir con ustedes ciertas preocupaciones que suponen una gran carga en mi mente y que con frecuencia adoptan las proporciones de una conciencia de crisis.
No pretendo plantear una solución, ni sugerir un método nuevo para remediar la situación del ser humano que estoy a punto de describir; tampoco creo que sea posible remediarla en modo alguno. El papel del hombre de fe, aquel cuya experiencia religiosa se halla repleta de conflictos internos e incongruencias, el mismo que oscila entre el éxtasis de la compañía de Dios y la desesperación cuando se siente abandonado por Él, ese que se ha visto partido por la mitad por el acentuado contraste entre el autorreconocimiento y la abnegación, ha sido muy difícil desde los tiempos de Moisés y Abraham. Resultaría presuntuoso por mi parte el intento de convertir la experiencia de fe, pasional, antinómica, en algo armonioso, eudaimónico, mientras que los caballeros bíblicos de la fe vivieron su experiencia de forma trágica y paradójica.
Todo cuanto deseo es seguir el consejo de Elihú, el hijo del ancestral Baraquel, que dijo: «Hablaré, y me desahogaré»; pues hay en la palabra hablada una cualidad redentora para la mente agitada, y un alma atormentada halla la paz en la confesión.
El objeto fundamental de la publicación de la traducción al español de este magnífico ensayo del rabino Joseph B. Soloveitchik —a cargo de Nagrela editores y promovida por el esfuerzo e impulso del Instituto John Henry Newman de la Universidad Francisco de Vitoria— es el fomento del diálogo interreligioso en general y judeocristiano en particular por medio del trabajo en todas las formas de encuentro que le son propias a la universidad: la investigación, las publicaciones y el diálogo cultural.»