Colección Nos Gusta Saber (Siruela – 7 títulos)

La era de los dinosaurios
Steve Brusatte & Daniel Chester

Infantil. No ficción
Siruela. 2018
ISBN: 9788417308759

«Los dinosaurios de esta obra no se parecen a los de otros libros. Son rojos, verdes, amarillos, rosas y azules. A lo mejor te parece raro, pero lo cierto es que nadie sabe de qué color eran los dinosaurios, así que deja a un lado tus ideas preconcebidas, pasa la página y regresa a un mundo prehistórico muy colorido…»

«Estás a punto de iniciar un asombroso recorrido. Es un viaje a través del tiempo, un retorno al mundo de los dinosaurios. Después de leer algunos datos sobre quiénes eran y cuándo vivieron los dinosaurios, comenzarás por el periodo Triásico, cuando los primeros dinosaurios corrían a la sombra de sus feroces primos los cocodrilos. Acto seguido, darás un salto hasta el periodo Jurásico, cuando los dinosaurios alcanzaron unas dimensiones enormes y se extendieron por todo el mundo. Tu viaje finalizará en el periodo Cretácico, cuando los dinosaurios dominaban el planeta y se encontraban en su máximo esplendor. ¡Ten cuidado! Este viaje no será sencillo. El peligro acecha a la vuelta de cada esquina. Algunos de estos dinosaurios son carnívoros y te podrían descuartizar con sus dientes y sus garras. Hay otros carnívoros que son más pequeños y trabajan en equipo para dar caza a sus presas. Afortunadamente, muchos de los dinosaurios son apacibles herbívoros, aunque tampoco querrás que se enfaden, porque algunos son tan grandes que te podrían aplastar de un solo pisotón. Mantente siempre alerta, vigila tus espaldas y trata de guardar las distancias con los dinosaurios. Si eres capaz de recordar estas simples reglas, disfrutarás de un maravilloso viaje a un mundo perdido que existió hace millones de años, en el pasado…»    

Exploradores del arte moderno
Alice Harman
Ilustrado por Serge Bloch
Infantil. No ficción
Siruela. 2020
ISBN: 9788418245329

«¡Bienvenidos, exploradores del arte! ¿Preparados para escalar altas montañas, cruzar ciénagas neblinosas y arrastraros por cavernas profundas y oscuras en busca del corazón del arte moderno? ¿No? ¿Y qué tal si dejáis abierto este libro y la mente el tiempo necesario para enteraros bien de qué va eso del «arte moderno»? ¡Fantástico! A mí también me parecía agotadora la primera opción: creo que nos vamos a llevar fenomenal.
Bien, ¿conocéis el museo del Centro Pompidou de París? Es un edificio moderno enorme, cubierto de tuberías de vivos colores. No tiene pérdida, la verdad, porque es como si lo hubieran puesto del revés y lo hubiesen metido en un arcoíris. Dentro hay muchísimo arte —más de 100.000 obras—, pero todo es moderno y contemporáneo. Eso significa que no hay nada que sea muy antiguo. Cualquier obra que se hiciera antes de 1905 puede quedarse fuera y no volver.
Este libro te da la oportunidad de asomarte a las entrañas del Centro Pompidou y explorar bien algunas de sus obras de arte moderno más famosas (y estrambóticas). Por raro que parezca, el nombre «arte moderno» no se refiere al arte que se hace ahora mismo, ni al del año pasado. Verás, la gente del pasado creía que su época era la moderna, y, al ser gente del pasado, llegaron antes y se apropiaron del nombre. Injusto, ¿verdad?
Así, llamamos «arte moderno» a cualquier obra realizada más o menos entre las décadas de 1860 y 1960: a todo lo posterior se le llama «arte contemporáneo». ¿Entendido? Se supone que este libro solo trata de obras de arte moderno, pero está bien no seguir siempre las normas al pie de la letra, y hemos colado algunas obras contemporáneas que eran demasiado buenas para dejarlas fuera.
Una última cosa antes de empezar… Tomáos la libertad de leer éste libro y de ver sus obras como queráis. Podéis empezar por el final hacia el principio, saltaros el orden, ponerlo boca abajo, pegároslo a la cara o ir pasando las páginas y deteneros solo cuando veáis algo tan raro que os quedéis diciendo: «¡¿qué?!». Aquí, vosotros sois los exploradores, así que vosotros decidís qué camino seguir.»

Ojos y espías
Tanya Lloyd Kyi
Ilustrado por Belle Wurthrich
Infantil. No ficción
Siruela. 2017
ISBN: 9788417041465

¿Quién nos vigila… y por qué?

«Imagínate que eres un agente secreto y te asignan la misión de seguir a alguien. ¿Cómo lo harías? ¿Te esconderías en el portal de la acera de enfrente de su casa y esperarías a que apareciese? Podrías seguirle después, camino al colegio, o al trabajo, o a casa de un amigo. Podrías, incluso, sentarte con discreción en la mesa del restaurante junto a la suya y escuchar sus conversaciones.
Podrías hacerlo, quizá… si actuases como si estuvieras en una película clásica de detectives. En la vida real, la del siglo XXI, no es necesario andar por ahí a hurtadillas. Lo más seguro es que la persona a la que sigas lleve encima un teléfono inteligente, de manera que el fabricante de su móvil, su proveedor de internet y unos cuantos programadores de aplicaciones sepan dónde se encuentra, cada movimiento que hace, todos los días; y tú, como agente del gobierno, puedes solicitar directamente a esas compañías que te entreguen sus registros.
Además, ponerte a fisgar en un restaurante es una bobada. ¿Por qué no controlas sus e-mails, mejor? Puedes utilizar las cámaras de seguridad para seguir sus movimientos, y los escáneres para vigilar su coche, y echar un vistazo a sus tuits para ver con quién habla o hacia dónde se dirige.
Es probable que encuentres en internet su dirección, su número de teléfono y su fotografía, además de una lista de sus seguidores de Instagram y, quizá, alguna invitación a un acto social. Podrías leer algo sobre él en un artículo de un periódico escolar, o en la sección de deportes. No te costaría mucho hacerte una idea de su vida cotidiana.
La facilidad con la que se puede reunir toda esa información sobre alguien puede asustar un poco, pero tú eres un agente secreto en una misión o cial del gobierno, solo buscarás en internet los nombres de criminales y terroristas, ¿verdad?
No necesariamente.
Dado que los ordenadores son capaces de recoger miles de millones de fragmentos de información sobre todos y cada uno de nosotros y analizar esa información en busca de patrones, todos estamos «vigilados». Sí, los gobiernos nos vigilan para poder localizar a los sospechosos de terrorismo, pero también hay otras muchas personas y organizaciones que tratan de averiguar quiénes somos y qué hacemos. Las empresas analizan nuestros hábitos y preferencias para poder adaptar su publicidad a nuestra medida. La policía sigue nuestros movimientos para poder detectar los delitos con más eficacia. En muchos casos, nosotros mismos registramos nuestros movimientos y después ofrecemos esos datos al resto del mundo.
Hay quien opina que eso no tiene nada de malo. Al fin y al cabo, compartir información en internet tiene enormes ventajas. Hacemos nuevos amigos en las redes sociales, difundimos información e intercambiamos opiniones. También ponemos a la venta nuestras creaciones musicales o artísticas. Al compartir nuestra ubicación, podemos recibir notificaciones de eventos o de tiendas cercanas. Por lo general, es divertido compartir las cosas con libertad y manifestar en público nuestras ideas y pensamientos.»

10 Ríos que transformaron el mundo
Marilee Peters
Infantil. No ficción
Siruela. 2016
ISBN: 9788416465835

«Imagínate esto: eres el presidente de tu país, y estás preocupado. Estás empezando a perder influencia: tu poder se debilita cada día que pasa. ¿Qué podrías hacer para demostrarle a tu pueblo que todavía eres un líder sólido y volver a inspirarle confianza?
Para Mao Tse-tung, líder chino desde 1949 hasta los años setenta, la respuesta era simple: cruzar a nado el Yangtsé, el mayor río del país, el más famoso, el que tiene una corriente más fuerte. Y eso hizo. Cuando alcanzó la orilla opuesta, empapado y sin aliento, toda la nación le consideró un héroe, y Mao pudo permanecer en el poder el tiempo su ciente para moldear el futuro de China.
Mao no fue el único que se percató de la importancia simbólica de los ríos. Durante siglos, los gobernantes han sido conscientes de la posibilidad de impresionar a la gente, o atemorizarla, o incluso cambiar la historia demostrando el poder que tenían sobre los ríos. En el año 55 a. C., Julio César hizo que sus tropas construyesen un puente sobre el río Rin, una hazaña que sorprendió tanto a las tribus germánicas de Europa que estas renunciaron (durante un tiempo) a atacar a los romanos. Y cuando los ríos Tigris y Éufrates dejaron de ser una fuente fiable de agua para sus jardines palaciegos, el rey Senaquerib de la antigua Mesopotamia ordenó construir un acueducto de kilómetros para desviar sus aguas. Se cree que el resultado fueron los fabulosos Jardines Colgantes de Babilonia, una de las maravillas de la Antigüedad.
Tenemos también a aquel sogún japonés que se negó a permitir que las constantes crecidas del río Tone destruyesen su recién estrenado palacio en la ciudad de Edo. Durante cincuenta años ordenó a los obreros que excavasen para crear un nuevo canal para el río y así trasladarlo a una distancia segura. Hoy en día, esa pequeña localidad que el sogún salvó se ha convertido en una de las ciudades más grandes del mundo.
Líderes tan poderosos como estos, con batallones de obreros a sus órdenes e ilimitadas cantidades de dinero, son a veces capaces de controlar los ríos y cambiar el curso de la historia, pero es más frecuente que sean los ríos quienes estén al mando.
Para muchos pueblos de todo el mundo, su modo de vida e incluso su supervivencia dependen de los ríos. Fijémonos en el pueblo ma’dān de Iraq, que vive en medio de una extensa marisma, allá donde confluyen los ríos Tigris y Éufrates. Viven en plataformas flotantes ancladas a las palmeras, construyen sus hogares con juncos y lodo que extraen de las orillas del río, y se trasladan remando en unas barcas de junco. Se alimentan de pescado y aves silvestres, plantan arroz en las riberas del río y crían búfalos de agua. El río proporciona a los ma’dān todo cuanto necesitan para sobrevivir.
Podrías pensar que se trata de un ejemplo extremo de la influencia que ejercen los ríos, pero aquí tenemos otro: hace cientos de años, las orillas del río Rin, en Europa, limitaban con decenas de pequeños reinos. Siempre estaban batallando los unos contra los otros, hasta que se vieron obligados a aliarse para expulsar a los barones bandoleros que impedían el paso de los barcos y les amargaban la vida a todos. Hoy en día, los países europeos hacen uso de las lecciones que han aprendido tras siglos de cooperación a lo largo del Rin para unir sus fuerzas contra un nuevo enemigo: las industrias contaminantes que ponen en peligro la vida del río.
Pero ¿qué sucede cuando cambia el río del que tanto dependes ahora? Al fin y al cabo, los ríos pueden ser inconstantes: a veces su curso se altera, se desbordan o incluso se secan. Hoy, el río Indo discurre escaso por un paisaje desértico en el sur de Pakistán, pero hace miles de años, las ciudades florecieron a sus orillas y formaron la civilización conocida como el Imperio de Harapa. ¿No lo habías oído antes? Eso es porque el Indo cambió su curso, y, según parece, la civilización de Harapa se derrumbó de la noche a la mañana. Tanto poder tiene el río.
Las diez historias que vas a leer en este libro exploran los diversos y drásticos modos en que los ríos nos han transformado, y las maneras en que nosotros hemos intentado —a veces con éxito, a veces con imprevistas consecuencias— transformar los ríos. Todo comienza en el lugar del que procedemos…»

El paciente cero
Marilee Peters

Infantil. No ficción
Siruela. 2016
ISBN: 9788416465873

«Se oyó la voz del piloto con un zumbido por el intercomunicador. «Abróchense los cinturones, por favor. Comenzaremos el descenso en unos minutos».
Justo cuando el avión salía de entre las nubes, la doctora Shannon McKay se asomó por la ventanilla para ver la ciudad a sus pies. La red de calles poco a poco se iba haciendo más nítida y empezaban a distinguirse unos minúsculos edificios, árboles, casas y jardines. La pista de aterrizaje apareció delante y el avión fue a su encuentro, hasta que se detuvo entre bache y bache. Se abrieron las puertas. A Shannon se le formó un nudo en el estómago, que no había parado de encogerse a causa de los nervios en todo el viaje. ¿Qué había allí fuera?
Era su primera misión de campo y la habían enviado a aquel remoto lugar con un pequeño equipo de científicos para investigar el reciente brote de una enfermedad. Su trabajo consistía en identificar la causa de la epidemia y detenerla antes de que esta saliese de los límites de la ciudad. Los informes procedentes de la zona resultaban confusos, aunque apremiantes. Los médicos del hospital no estaban seguros de qué enfermedad era: mientras unos creían que podía ser la peste, otros aducían que se trataba de un virus desconocido hasta la fecha. Lo único que sabían con certeza era que la enfermedad resultaba mortal y que se estaba propagando con rapidez.
El aeropuerto era un caos, estaba repleto de gente que quería coger un vuelo, cualquiera, y escapar de la ciudad para evitar contagiarse. Mientras Shannon y los demás científicos se abrían paso entre la multitud, ella iba estudiando con precaución los rostros de los desconocidos en busca de signos de la enfermedad.
En el hospital, el médico al mando estaba pálido de agotamiento. Los estrechos pasillos se encontraban abarrotados de camillas con pacientes que se quejaban.
Todo comenzó hace una semana —le contó el médico jefe a los científicos—. Al principio solo fueron un par de personas. No pudimos identificar la enfermedad, pero tampoco estábamos demasiado preocupados. Entonces empezó a aparecer más y más gente con los mismos síntomas. Nos hemos quedado sin camas, y el depósito de cadáveres también está lleno.
El equipo de investigación se reunió en una pequeña oficina para repasar sus planes. Debían reunir información al tiempo que hacían todo lo posible para controlar la propagación de la enfermedad. Tendrían que cerrar el aeropuerto, montar salas de aislamiento y de cuarentena, recopilar datos sobre el número de enfermos contagiados y poner en marcha una serie de ensayos de laboratorio para determinar la causa del brote.
McKay, quiero que usted se encargue de las entrevistas a los pacientes —ordenó el responsable de la investigación—. Averigüe qué estaba haciendo la gente antes de enfermar. ¿Adónde fueron? ¿Qué comieron? ¿Con quién estuvieron en contacto? Llévese con usted a uno de los intérpretes locales. Tenemos que descubrir quién fue la primera persona que se puso enferma: quién es nuestro paciente cero. Las respuestas están ahí fuera, solo debemos dar con ellas.
Shannon asintió. Se cerró la cremallera del traje de protección y cogió su ordenador portátil, preparada para dirigirse a las salas del hospital. No había tiempo que perder. La idea de quedar atrapado en una epidemia a gran escala aterroriza a mucha gente, y motivos no les faltan. La peste negra, el cólera, la fiebre amarilla, el sida: a lo largo de la historia de la humanidad, millones de personas han muerto a causa de las epidemias, muchas más que en las guerras o como consecuencia de desastres naturales.
En nuestros días, quienes nos defienden contra las epidemias son los científicos, que se afanan por desentrañar los misterios que hay detrás de estos brotes mortales. Buscan las pistas que nos puedan decir cómo se inició la enfermedad, cómo se propaga y qué cosas nos ponen en riesgo de caer enfermos. A estos científicos que se esfuerzan por comprender y detener las epidemias los llamamos «epidemiólogos».
Al igual que los detectives, cuando surge una enfermedad los epidemiólogos van a la «escena del crimen» en busca de pistas. Plantean gran cantidad de preguntas, buscan testigos, hablan con los enfermos, escudriñan los datos que tal vez alguien haya pasado por alto y reúnen los indicios. Trabajan en laboratorios especiales dotados con la última tecnología y están cualificados para descubrir relaciones ocultas entre los elementos de su investigación y para poner a prueba sus teorías. Las organizaciones nacionales e internacionales como la Organización Mundial de la Salud (OMS) y los ministerios de Sanidad de los distintos países, como los Centros de Control de Enfermedades Infecciosas, supervisan de manera continua los informes sobre las enfermedades de todo el mundo, y están preparados para enviar de inmediato equipos de epidemiólogos al lugar del último brote de una enfermedad.
La epidemiología, sin embargo, no ha sido siempre tan sofisticada como lo es en la actualidad. Es más, el hecho de que hoy conozcamos la forma de prevenir o de curar algunas de las enfermedades más letales de la historia se debe únicamente al trabajo peligroso y solitario de unos pocos médicos y científicos entregados.
La peste, el cólera y las fiebres tifoideas son enfermedades que con solo oír su nombre hacen que todavía sintamos miedo. Los científicos que desentrañaron los misterios médicos que había detrás de ellas se enfrentaban a una perspectiva aterradora: la de arriesgar su propia vida para combatir enfermedades que mataban a miles de personas todos los años. Tenían que ser valientes y muy decididos; con frecuencia, la gente no creía en sus disparatadas teorías. No les hacían caso, se reían de ellos y, en algunas ocasiones, hasta perdían sus puestos de trabajo. No obstante, ellos continuaban buscando respuestas, juntando las piezas del rompecabezas de las epidemias. Hoy en día, millones de personas le debemos la vida al trabajo de aquellos primeros epidemiólogos.
Y la lucha contra las enfermedades infecciosas todavía no se ha terminado. Las epidemias y las pandemias continúan amenazando al mundo. Conforme crecen las poblaciones de nuestros países, y mientras la tecnología, el cambio climático y las guerras cambian nuestra manera de vivir a lo largo y ancho del planeta, seguir la pista y detener los brotes de enfermedades es más importante que nunca.
Resulta sencillo ver el porqué. Vivimos en una aldea global, y un brote puede llegar hasta nuestra puerta desde cualquier lugar en cuestión de horas. Basta imaginar, por ejemplo, lo que podría suceder si una nueva enfermedad mortal surgiese en una de las ciudades más grandes del mundo: como Tokio, Nueva York, Shanghái o Londres. Simplemente con subirse a un avión, los enfermos contagiados podrían propagar la epidemia por el país e incluso por el mundo en menos tiempo del que se necesita para hacer llegar la ayuda sanitaria. Ese es el tipo de situación que mantiene hoy en constante alerta a los epidemiólogos, listos para seguir el rastro del origen de la próxima epidemia mortal.»

La detective del ADN
Tanya Lloyd Kyi
Ilustrado por Lil Crump
Infantil. No ficción
Siruela. 2017
ISBN: 9788417041458

«¿Quién ha entrado a robar en la joyería? Por desgracia, el ladrón no dejó en la escena del crimen una tarjeta de visita con su nombre y dirección, pero tal vez sí dejase algo que sería igual de útil: restos de ADN.
Son muchos los tipos de pistas que entran en juego en la investigación de un delito: las declaraciones de los testigos oculares, las grabaciones de las cámaras de seguridad o las huellas dactilares, por nombrar solo algunos. Sin embargo, a veces estos indicios son poco fiables, o no concluyentes o, simplemente, no se dispone de ellos. En ese caso, el detective puede recurrir a una herramienta que resulta cara aunque suele ser más útil: la identificación del ADN.
Pero ¿qué es el ADN, y cómo puede ayudar a resolver un delito?»

10 Grandes rutas del mundo
Gillian Richardson
Ilustrado por Kim Rosen
Infantil. No ficción
Siruela. 2018
ISBN: 9788417308148

«Desde la antigüedad hasta nuestros días, el ser humano ha abierto caminos por distintos territorios. Si seguimos sus pasos por estas rutas, nos encontraremos con el relato de migraciones, descubrimientos, guerras y el nacimiento de nuevos países, que nos hablan de pruebas de fe y de sueños de un futuro mejor. Los recorridos pueden ser más largos o más cortos, pero te sorprenderá lo lejos que han llegado, las huellas que dejaron y las vidas que cambiaron.
La historia de cómo llegaron los primeros humanos a América del Norte sigue siendo incierta, porque resulta difícil hallar pruebas concluyentes. La primera ruta posible desde Asia a través de Beringia quedó sumergida bajo las aguas cuando se fundieron los hielos del periodo glacial, pero sí hay otros pueblos que dejaron pistas visibles en lo que se conserva de sus caminos. El victorioso Imperio romano dominó Gran Bretaña durante más de cuatrocientos años, debido, sobre todo, a su bien trazada red de calzadas. Hoy día aún podemos recorrer tramos de aquellas calzadas romanas. En el otro extremo del mundo, en la Sudamérica del siglo XVI y de un modo similar, una cultura ancestral dejó rastros de un imperio bien organizado: el Gran Camino Inca, una maravilla de la ingeniería a través de parajes montañosos. Hay otra gran ruta muy utilizada que no requirió de ninguna construcción: las huellas de millones de animales abrieron una senda migratoria a través de las llanuras tanzanas del Serengueti y los siguieron de cerca los pueblos indígenas, cuya vida sigue teniendo un fuerte vínculo con este movimiento estacional.
Las grandes rutas han ofrecido promesas de esperanza a las gentes de todas las épocas. Desde el siglo IX, los peregrinos han recorrido a pie el Camino de Santiago por el norte de España para fortalecer su fe. A finales del siglo XIX, miles de personas se afanaban por superar la corta aunque muy peligrosa Ruta de los Chilkoot en Alaska, con la esperanza de encontrar el oro que habían decidido adorar. Hacia aquella misma época, el ferrocarril Transiberiano —la línea ferroviaria más larga del mundo— sirvió para que se estableciesen nuevas poblaciones y generó más comercio en los vastos territorios poco desarrollados de Rusia. Más tarde, en los tiempos más duros de la década de 1930, los estadounidenses se lanzaron en masa hacia el oeste por una nueva vía, la Ruta 66, ansiosos por que acabase la Gran Depresión.
Dos ancestrales rutas asiáticas han sido escenario de conflictos que han tenido un gran impacto a largo plazo. El paso Jáiber entre Afganistán y Pakistán, una ruta histórica de invasores, tiene reputación de peligrosa en la política actual. La ruta de Ho Chi Minh, una serie de sendas comerciales por la selva, se hizo famosa en cambio por una guerra que provocó una gran devastación y muchas muertes en el siglo XX.
Estas diez grandes rutas, en épocas diferentes y por distintos lugares, han mostrado el camino hacia el descubrimiento, la riqueza e incluso el desastre. Cuélgate la mochila al hombro, comprueba bien el mapa y recorre los relatos de estos fascinantes trayectos.»