Roald Dahl
Ilustrado por Quentin Blake
Infantil. Novela
Loqueleo. 2016
ISBN: 9788491221319
«Sophie no podía dormir.
La brillante luz de la luna se colaba por una rendija entre las cortinas e iluminaba justo su almohada.
Hacía horas que los demás niños del cuarto estaban profundamente dormidos.
Sophie cerró los ojos y permaneció tumbada, casi sin moverse. Intentó dormirse con todas sus fuerzas.
De nada sirvió. La luz de la luna era como una hoja de plata que atravesaba la habitación justo hasta su rostro.
La casa estaba en absoluto silencio. No llegaba una sola voz desde el piso de abajo, ni tampoco se oía un solo paso en el de arriba.
Tras la cortina, la ventana se encontraba abierta de par en par, pero nadie pasaba tampoco por la acera en el exterior. No circulaba ningún coche por la calle. No se oía el más leve ruido por ninguna parte. Sophie jamás había sentido un silencio semejante.
Tal vez, se dijo, aquello fuese lo que la gente llama la hora bruja.
Alguien le contó una vez entre susurros que la hora bruja es un momento especial en plena noche, cuando todos los niños y todos los mayores están muy dormidos, profundamente, y todas las cosas oscuras salen de sus escondrijos y tienen el mundo entero para sí.
La luz de la luna brillaba sobre la almohada de Sophie con más fuerza que nunca. Decidió salir de la cama y cerrar la rendija de las cortinas.
Si te pillaban fuera de la cama después de apagar las luces, entonces te castigaban. Aunque dijeses que tenías que ir al cuarto de baño, no aceptaban aquello como excusa, y te castigaban igual. Pero ahora no había nadie despierto, Sophie estaba segura de ello.
Alargó la mano para coger las gafas, que aguardaban sobre una silla junto a su cama. Tenían la montura de acero y unas lentes muy gruesas, y Sophie apenas podía ver nada sin ellas. Se las puso, se deslizó fuera de la cama y anduvo de puntillas hasta la ventana.
Sophie se detuvo al llegar ante las cortinas. Le daban ganas de colarse por debajo de ellas y asomarse por la ventana para ver qué pinta tenía el mundo justo ahora, cuando se palpaba la hora bruja.
Escuchó de nuevo. Todo estaba en un silencio sepulcral.
Sus ganas de asomarse se volvieron tan fuertes que no las pudo resistir. Veloz, metió la cabeza por debajo de las cortinas y se asomó por la ventana.
En la plateada luz de la luna, aquella calle del pueblo que ella conocía tan bien tenía un aspecto completamente distinto. Era como si las casas se encorvasen y se torciesen, como las casitas de los cuentos. Todo parecía pálido y fantasmal, blanquecino como la leche.
Alcanzó a ver la tienda de la señora Rance al otro lado de la calle, donde podías comprar botones, lana y trozos de elástico. No parecía de verdad. Como si estuviera oscura y envuelta en la niebla.
Sophie dejó ir la mirada calle abajo, más y más lejos.
De repente, se quedó paralizada. Algo subía por la calle, en la acera de enfrente.
Era algo negro…
Algo alto y negro…
Algo muy alto y muy negro y muy delgado.»