Jóvenes poetas rebeldes

Matthew Quick
Novela
Alfaguara. 2016
ISBN: 9788420484440

«En la última pausa para el almuerzo antes de Navidad en mi tercer y penúltimo año de instituto, cuando llegué a la clase del señor Graves, se encontraba lleno de una jovialidad festiva y mucho más sonriente de lo habitual. Llevábamos meses comiendo juntos y a solas. Aquel día, sin embargo, su mujer me había preparado un plato de galletas pizzelle, lo cual me hizo preguntarme qué le habría estado contando sobre mí. Las galletas parecían unos copos de nieve gigantes y sabían a regaliz negro. Nos tomamos una cada uno, y, a continuación, el señor Graves me entregó una cajita envuelta en un papel azul salpicado con las siluetas de unos renos que lucían unas cornamentas enormes. No había recibido nunca un regalo de un profesor. Parecía importante.    
Sólo una bobada de parte de alguien que evita la cafetería para otra persona que hace lo mismo.
Rasgué el envoltorio.
Dentro había una novela titulada La Parca de chicle, escrita por Nigel Booker, encuadernada en rústica. La tapa estaba pegada al lomo del libro con papel celo, y las páginas se habían puesto amarillas. Olía como una tienda de campaña vieja que se hubiera tirado húmeda cincuenta años. Sobre la cubierta blanca había una de esas guadañas largas que lleva la muerte encapuchada, con la hoja curva en lo alto, salvo que estaba hecha entera de bolas irisadas de chicle, como si alguien las hubiera dispuesto así sobre un mármol blanco. La imagen era ciertamente rara. Daba miedo y atraía al mismo tiempo.
Abrí el libro por la primera página.
La dedicatoria decía: “Para el foso de los arqueros”.
«Estrafalario», pensé.
Pasé rápidamente aquellas hojas que tenían las esquinas dobladas y vi que alguien había subrayado muchísimos párrafos por todo el libro.
Yo lo leí cuando tenía tu edad, y me cambió la vida —dijo el señor Graves—. Está descatalogado. Tal vez valga un dinero, pero no es el típico libro que uno vendería. Hace un tiempo lo escaneé entero y creé un archivo digital, y me prometí a mí mismo que le pasaría mi ejemplar al alumno apropiado cuando él o ella apareciese. Seguramente no será la obra más elevada de la literatura universal, quizá se haya quedado un poco anticuado, pero es un clásico de culto, y tengo la sensación de que podría ser la lectura perfecta para ti. Quizá, incluso, un rito de paso para gente como nosotros. Sea como sea, feliz Navidad, Nanette O’Hare.
Cuando le di un abrazo de agradecimiento al señor Graves, se quedó muy rígido y dijo:
No es necesario todo eso —luego soltó una risa nerviosa mientras me apartaba con delicadeza.
En aquel momento me irritó que lo hiciese, pero después comprendí, más o menos, el motivo de sus precauciones. Vio antes que yo lo que se avecinaba, porque él era un adulto, y yo seguía siendo una niña.
Esa noche empecé a leer.»