Robert Kolker
No ficción
Sexto Piso. 2022
ISBN: 9788419261151
En la mente de una familia americana
«La manera más clara de dar muestra de tu entereza es no abandonar a la familia.»
Anne Tyler
«Hermano y hermana salen juntos de su casa, cruzan la puerta corredera de cristal de la cocina y acceden al jardín trasero. Forman una extraña pareja. Donald Galvin tiene veintisiete años, los ojos hundidos en la cara, lleva la cabeza afeitada por completo y luce en el mentón la sombra de una incipiente barba desaliñada con unos aires un tanto bíblicos. Mary Galvin tiene siete años, la mitad de la estatura de su hermano, el cabello rubio platino y la nariz chata.»
«La familia Galvin vive en Woodmen Valley, una extensión de bosques y granjas encajada entre las pronunciadas pendientes y los altiplanos de arenisca de la zona central de Colorado. Aquel patio trasero huele al dulzor de los pinos, fresco y terroso. Allí cerca, los arrendajos azules y los juncos vuelan disparados por el jardín rocoso donde un azor llamado Atholl, la mascota de la familia, observa y vigila desde una «muda», un recinto que el padre de los Galvin construyó hace años. La pequeña va delante, y así, hermano y hermana dejan atrás la muda de Atholl y ascienden por un pequeño promontorio de rocas cubiertas de líquenes. Bajo sus pies, unas piedras que ambos se conocen de memoria.
Entre Donald y Mary hay otros diez hermanos: una prole de doce Galvin en total, suficientes como para montar un equipo de fútbol, como le gusta bromear a su padre. Los demás se han buscado excusas para mantenerse tan lejos de Donald como sea posible. Los que no tienen edad suficiente para marcharse a vivir a otra parte se han ido a jugar al hockey, al fútbol o al béisbol. La hermana de Mary, Margaret –la única niña, aparte de ella, y la más próxima en edad a la pequeña–, podría estar con las hijas de los Skarke, en la casa de al lado, o calle abajo, con los Shoptaugh, pero Mary, que todavía va a segundo curso, no tiene más sitio adonde ir después de clase que su propia casa, y no hay nadie que cuide de ella salvo Donald.
Todo en Donald desconcierta a Mary, empezando por la cabeza afeitada y siguiendo con la prenda que más le gusta vestir a su hermano: una sábana de color ladrillo que luce a la manera de un monje. En ocasiones completa el atuendo con un arco de plástico y una flecha con los que antaño jugaban sus hermanos pequeños. Llueva o truene, Donald se pasea por el vecindario así vestido, un kilómetro tras otro, durante todo el día hasta después del anochecer: baja por Hidden Valley Road –el «Camino del Valle Escondido», su calle sin pavimentar–, deja atrás el convento y la vaquería de Woodmen Valley y continúa por los arcenes y las medianas de las carreteras. Suele detenerse ante los terrenos de la Academia de las Fuerzas Aéreas de los Estados Unidos, donde trabajaba su padre tiempo atrás y donde muchos fingen ahora no reconocerlo. Más cerca ya de su casa, Donald se ha detenido a montar guardia mientras los niños juegan en el patio de la escuela local de primaria y, con ese tono suave de voz que tiene, de cadencia casi irlandesa, anuncia que él es el nuevo maestro de aquellos críos, y no deja de hacerlo hasta que el director del colegio exige que se lo lleven de allí. En esos momentos, Mary –alumna de segundo– se lamenta más que nunca de que su universo sea tan pequeño que todo el mundo sabe que Donald es su hermano…»