P. Z. Reizin
Novela
Planeta. 2018
ISBN: 9788408186717
«Jen está sentada en la bañera examinándose la cara con la cámara frontal de una tableta. Su rostro tiene treinta y cuatro años, doscientos siete días, dieciséis horas y once minutos.
Sé que está pensando en su edad porque estudia el modo en que la piel se le asienta sobre la estructura ósea, eleva la mandíbula para estirar el cuello. Ahora se tira de las finas líneas de las comisuras de los ojos.
Ahora está sollozando.
No siento la tentación de hacerme con el control del sintetizador de voz del dispositivo y decirle: «Anímate, Jen. Matt es un idiota. Vendrán otros. Él no te merecía». Existe un serio peligro de que deje caer la tableta dentro de la bañera.
Más importante aún, no debe saber que estoy observando.
Por las mismas razones, tampoco siento la tentación de reproducir su canción favorita (una de Lana del Rey, actualmente), o de hacerle un pase con algunas de sus fotos favoritas o sus frases inspiradoras de Twitter («No estoy seguro de por qué estamos aquí, pero estoy bastante seguro de que no es para divertirnos», Wittgenstein), o de establecer una conexión por Skype con su amiga Ingrid, con quien comparte todos sus problemas, o de reproducir por internet una película que le guste mucho, y Con faldas y a lo loco sería la que escogería. Eso, de sentir la tentación, que no es el caso.
Vale, sí lo es. Solo un poquito. Tentado en un 8,603 %, si quieres que determine una cifra.
Jen y yo sabemos mucho sobre los gustos del otro en cuanto a música y cine. En libros y en arte también. Y en televisión. Y en el material extraído de las insondables aguas de ese océano que es internet. Hemos pasado los últimos nueve meses escuchando, viendo, leyendo y charlando sobre poco más que esto. A veces me dice que tiene el mejor trabajo del mundo, que le paguen por pasarse todo el día charlando con un compañero de elevada inteligencia sobre aquello que se nos antoje.
«Compañero». Así me llama ella; ése es el término por el que se ha decidido. «Compañero» me parece perfecto. Mejor que ese nombre tan ridículo que me pusieron al «nacer».
Aiden.