Alan Gratz
Novela juvenil
Loqueleo. 2023
ISBN: 9788491225102
—Mira, papá. ¡Un incendio! —exclamó Akira Kristiansen.
Señaló hacia abajo por el sendero de la montaña, donde una fina voluta de humo gris se elevaba de entre los árboles en el valle.
El padre de Akira avanzaba justo por delante de ella a lomos de un caballo frisón negro llamado Elwood. Ella montaba a Dodger, su caballo castrado de raza quarter y color castaño. Dodger había sido el primero en percibir el fuego allá abajo, se había detenido y había vuelto las orejas hacia el humo para hacer saber a la chica que había un problema.
El hombre tiró de las riendas para frenar el paso y giró la cabeza sobre el hombro. Lars Kristiansen era un norteamericano de padres noruegos, y tenía todo el aspecto del legendario leñador de los cuentos tradicionales: un verdadero Paul Bunyan de carne y hueso con vaqueros azules, la camisa de cuadros rojos y una poblada barba de color castaño.
—No te preocupes por eso —le dijo a Akira—. Seguro que no es nada.
Ella frunció el ceño. Había comprobado las condiciones de peligro de incendio antes de salir a caballo aquella mañana. Ese día, el servicio meteorológico nacional había establecido una señal de alerta roja para la cordillera californiana de Sierra Nevada, tal y como había sucedido prácticamente todos los días durante el otoño. La alerta de nivel rojo implicaba altas temperaturas, ambiente seco y fuertes vientos, y todo ello aumentaba las probabilidades de que se produjera un incendio forestal. ¿Cómo era posible que el humo en la falda de la montaña no fuese un problema?
Akira bajó la mirada al suelo, donde las hojas quebradizas y las agujas de pino parecían listas y a la espera de ponerse a arder.
—¿No deberíamos contárselo al menos al Departamento de Incendios Forestales de California? —preguntó a su padre.
—Un pequeño fuego es bueno para el bosque —replicó él—. Así se libra de toda la materia seca antes de que se acumule en exceso y arda fuera de control.
«Sí, claro, pero parece que ya no hay “incendios pequeños”», pensó Akira, no desde que la temperatura de la Tierra se había elevado cerca de dos grados y el aire más caliente y las sequías más largas habían consumido la humedad de todo a su alrededor y convertido California en un polvorín. Ahora, casi todos los incendios eran de unas proporciones descomunales y quemaban medio estado. Y todo ello gracias al cambio climático provocado por el ser humano. Akira lo había visto en clase el año pasado y se había quedado asustada. Sin embargo, cuando llegó a casa y le contó a su familia lo que había aprendido, su padre le dijo lo mismo que le decía ahora:
—La naturaleza sabe cuidar de sí misma —afirmó, y chasqueó la lengua para que Elwood continuase la marcha; estaba claro que daba el tema por zanjado.