Tres asesinos

Kotaro Isaka
Novela negra
Destino. 2023
ISBN: 9788423362967

Suzuki observa el panorama de la ciudad y piensa en insectos. Es de noche, pero las vistas resplandecen con la luz chillona de los neones y las farolas. Hay gente por todas partes, como una marabunta contorsionista de insectos de colores llamativos. Le provoca inquietud, y piensa en aquello que le dijo una vez un profesor en la facultad:
La mayoría de los animales no viven tan encima los unos de los otros, en semejantes cantidades. En algunos aspectos, los seres humanos tienen más de insectos que de mamíferos. —Al profesor se le veía complacido con su conclusión—. Como las hormigas o la langosta.
He visto fotos de pingüinos que viven en grupo, todos pegados los unos a los otros —le respondió aquel día Suzuki para pincharle un poco—. ¿Los pingüinos también son como los insectos?
El profesor se puso rojo.
Los pingüinos no tienen nada que ver con eso.
Su voz sonó tan infantil que despertaba ternura, y Suzuki pensó que él querría ser así cuando se hiciese mayor. Aún se acuerda.
Acto seguido, como un fogonazo, se le pasa por la cabeza el recuerdo de su mujer, que murió hace dos años y solía reírse de aquella anécdota del profesor.
Se supone que lo único que deberías responder es «Tiene usted absolutamente toda la razón, profesor», y a partir de ahí todo va rodado —acostumbraba a decir ella.
Era cierto a más no poder que su mujer disfrutaba de lo lindo siempre que él coincidía con ella y le decía: «Tienes absolutamente toda la razón, querida ».

El coche está aparcado justo a las puertas de la entrada más al norte de la estación de metro de Fujisawa Kongocho. Delante de ellos hay un cruce ancho con un paso de cebra muy concurrido.
Son las diez y media de la noche de un día lectivo, pero allí, tan cerca de Shinjuku, hay más bullicio al anochecer que durante el día, y aquella zona está abarrotada. La mitad de la gente va borracha.
Qué fácil ha sido, ¿no? —Hiyoko suena totalmente relajada.
Su piel blanquecina tiene un lustre similar al de la porcelana, como si levitara en la oscuridad del interior del vehículo. Tiene el cabello castaño y corto, le llega justo por encima de las orejas. Hay un aire de frialdad en su expresión, tal vez por los párpados simples. Destaca el rojo de su carmín reluciente. Tiene la camisa blanca abierta hasta la mitad del pecho, y la falda no le llega ni de lejos hasta las rodillas. Se diría que está cerca de los treinta, igual que Suzuki, pero suele hacer gala de una desenvoltura propia de alguien mucho más mayor. Tiene pinta de ser la típica chica que vive de fiesta en fiesta, aunque Suzuki puede dar fe de que es lista, con la ventaja añadida de una formación en condiciones. Lleva tacones negros, y tiene un pie sobre el pedal del freno. «Es asombroso que pueda conducir con eso», piensa él.
No ha sido fácil ni difícil. Quiero decir que lo único que he hecho ha sido meterlos en el coche. —Suzuki frunce el ceño—. He cargado con estas dos personas inconscientes y las he metido en el asiento de atrás. —«Y no me hago responsable de nada que no sea eso», le entran ganas de decir.