Damon Young
No ficción
Ariel. 2023
ISBN: 9788434436558
La naturaleza como invitación al pensamiento y a la escritura
«Estamos en East Hampshire en una mañana de mayo de 1811. Los cerezos de Orleans de Jane Austen están echando sus brotes. Por sus cartas y por los recuerdos de sus familiares, me he formado en la imaginación un retrato de la autora sentada en su lugar preferido: cerca de la puerta principal de la casita de campo, en una pequeña mesa de nogal de doce lados, escribiendo en unas hojitas de papel minúsculas. En cuanto suene el crujido de la puerta principal, esas hojas desaparecerán bien guardadas. En este día, su familia le concede el aislamiento, aunque no el silencio. Una detrás de otra, las páginas se llenan con su letra diminuta: mojar el plumín, dejar la mano suspendida, garabatear, tachar, raspar y mojar el plumín. Trabaja con rapidez, porque dispone de poco tiempo libre, y se concentra con intensidad porque tampoco tiene un estudio propio donde reine el silencio. Cada dos por tres deja el cálamo e invoca una visión, la de Fanny Price temblando por ese vividor de Henry Crawford, o dándole vueltas a la perfidia del teatro. Acto seguido coge la pluma y comienza de nuevo. Al final, los sonidos de la cocina, la limpieza y la charla terminan por ser demasiado para ella. Las tramas y las subtramas de su novela se resienten. El golpeteo de las cacerolas y la cháchara del servicio son discordantes, y a ella le duelen ya los ojos. Basta. Austen deja la pluma en el tintero y sale a caminar por el jardín de Chawton Cottage.
Es un instante de descanso de ese comedor abarrotado de gente. El aire es más fresco, y la luz, más intensa. Hay espacio para moverse. Tal y como reflejan sus cartas, Austen repara en los llamativos pétalos blancos del filadelfo y su denso aroma dulzón. La peonía, una recién llegada de Asia, ha vuelto a florecer. Y aquello que Austen no ve, ya se lo imagina: las clavelinas, las minutisas, las aguileñas y unas ciruelas bien hermosas. Camina despacio, observa con detenimiento y respira hondo, pero no por mucho tiempo: Austen tiene las tareas y recados habituales que hacer por la tarde, y su manuscrito inconcluso la tienta desde el salón. Cuando regresa al interior con ese paso decidido tan característico suyo, el jardín ya ha obrado su bien en ella. Jane Austen retorna a su minúsculo banco de trabajo, renovada no ya por los libros ni los cotilleos —ambos abundantes— sino por un breve descanso entre los frutales de Chawton, el césped bien cortado y las plantas exóticas traídas de lugares remotos.
Con estos hábitos de trabajo, Jane Austen escribió en unos cuatro años sus últimas novelas, tres de los libros más preciados de la literatura inglesa: Mansfield Park, Emma y Persuasión. A pesar de la enfermedad, los deberes domésticos y los agridulces lazos familiares, Austen no dejaba de raspar el papel con la pluma en su minúscula mesa, creando sus personajes incomparables.»