Richard Berenholtz
Fotografía
Lunwerg. 2012
ISBN: 9788497858601
«Adoro esta ciudad, desde el detalle más minúsculo del tallado de un ángel en una fachada de piedra rojiza hasta los tonos dorados de la luz que refleja el muro acristalado de los rascacielos y que se elevan al salir el sol, hasta los kilómetros de horizonte urbano centelleante y silueteado contra el cielo de un ocaso. Nueva York es mi cuna, mi oficina, mi patio de recreo y mi hogar; pertenezco a esa raza cada vez más escasa conocida como los «neoyorquinos de raíces neoyorquinas», y no querría que fuese de otro modo.
La Nueva York que conozco es una ciudad de contradicciones, repleta de contrastes extremos entre lo nuevo y lo viejo, pasado y presente. Las superficies lisas de acero y cristal son el telón de fondo de gárgolas talladas en piedra; el chapitel de una iglesia decimonónica se alza contra la epidermis espejada de un monolito postmoderno; muros recargados de pintadas y carteles que forman la base de unas elegantes estructuras de hierro forjado procedentes de una era ya pasada. La innovación arquitectónica del Guggenheim queda enmarcada por los edificios señoriales del Metropolitan Museum of Art y el museo Cooper Hewitt, los teatros restaurados de Broadway aguantan el tipo entre los brillos fluorescentes de una Times Square rejuvenecida.
No obstante, mientras se diseñaba y se desarrollaba Nueva York, la naturaleza no quedó en el olvido gracias a los visionarios que, con sensatez y previsión, dedicaron grandes zonas a parques y espacios abiertos. Central Park (con el Conservatory Garden, un zoo y zonas de recreo), Riverside Park y los exquisitos jardines botánicos del Brooklyn Botanic y el New York Botanical son solo algunas de esas áreas naturales protegidas que conforman el tranquilo centro de esta amalgama tan activa de distritos. Este amplio abanico de paisajes y panorámicas nos ofrece refugio del ruido y el confinamiento de los cañones de hormigón que nos rodean.
Aun así, son precisamente estos cañones lo que más me atrae. Es un placer mirar al cielo cuando paseo por la ciudad. Admiro la vista desde abajo y me maravillo ante la escala y la expresión de lo que el hombre ha decidido crear. Desde arriba, Nueva York es otra ciudad más en su conjunto. Desde la azotea de un edificio de gran altura —apostado en una inesperada quietud—, y al descender la mirada sobre la interminable marea de torres, estudio el caótico ir y venir del tráfico y los transeúntes.
Sea cual sea mi atalaya, observo con expectación los continuos cambios de esta ciudad que nunca deja de crecer y de reinventarse a sí misma, tal y como se refleja en la aparentemente interminable alteración de la línea de su horizonte. Todo el mundo es ya consciente de que tales cambios ni son siempre deseados ni son siempre para bien: hemos perdido algunas de las más grandes joyas de la arquitectura jamás creadas —incluida la Penn Station original— a causa de la miopía de políticos y constructores. Estas pérdidas nos han enseñado el valor de preservar todo lo que podamos de unos edificios y monumentos tan frágiles como irreemplazables que constituyen el nexo entre el ayer y el hoy. Hemos sido también testigos de cómo esa línea del horizonte de una de las ciudades más grandiosas de la Tierra —y las vidas de quienes viven y trabajan allí— se vio alterada de manera violenta y definitiva en cuestión de segundos por medio de un acto terrorista carente de sentido. Hay cosas que podemos controlar; otras no. Este libro incluye fotografías de ese horizonte, el que era y el que es hoy, pues ambos definen el alma de esta ciudad.
Nueva York sigue siendo, para mi trabajo, una fuente de inspiración inagotable y rápidamente cambiante. Soy capaz de regresar al mismo sitio una y otra vez, y las condiciones de la luz y el ambiente jamás me parecen iguales. Siempre hay algo nuevo que ver, algo que antes no estaba. Espero que las fotografías de este volumen inspiren tanto a los residentes de toda la vida como a quienes visitan la ciudad por primera vez para que observen Nueva York con más atención y descubran lugares y detalles que se les hubieran pasado por alto o no hubiesen valorado. Nunca se es demasiado viejo para sorprenderse, y Nueva York, si algo es, es una ciudad repleta de sorpresas.»
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