Pequeños robots malvados

Damien Love
Infantil. Novela fantástica
Alfaguara. 2019
ISBN: 9788420434407

«Cae la nieve sobre la ciudad de Praga.
Blanca y suave, resalta en contraste con la nítida línea negra de los edificios que se recortan en el horizonte, baila entre los chapiteles del castillo y se pasea menuda ante las pacientes estatuas de la iglesia de San Nicolás. Vuela en ráfagas sobre los letreros encendidos de los restaurantes de comida rápida, se posa sobre los adoquines, sobre el asfalto y los raíles del tranvía. Las señoras mayores tiritan con su pañuelo en la cabeza, y los vendedores de los puestos ambulantes de perritos calientes dan zapatazos en la plaza de Venceslao. Los jóvenes turistas adormilados castañean los dientes en la puerta de los bares de la Ciudad Vieja.     
Un hombre alto y una niña pequeña caminan con paso decidido por la nieve. El hombre lleva un abrigo negro y largo y un som­brero diplomático tipo homburg. Se agarra con fuerza a un bastón. El abrigo negro que luce la niña le llega por los tobillos, a la altura donde los calcetines de rayas violetas y negras le desaparecen en el interior de unas gruesas botas negras. Parece tener diez o nueve años, y tiene la cara redonda y pálida enmarcada por el pelo largo y negro.
Cruzan la plaza de la Ciudad Vieja con paso enérgico: pasan por delante de unos obreros que refunfuñan en sus esfuerzos por levantar un árbol de Navidad enorme, de unos veinticinco metros; después, por la casa en la que vivió infeliz, hace mucho tiempo, un escritor famoso; por un cementerio muy antiguo, con tantas tumbas que parece una boca que ha recibido un puñetazo y tiene los dientes rotos.
Por cada una de las largas zancadas del hombre, la niña tiene que dar tres, pero se las arregla para no perder comba con el paso furioso del hombre. La ciudad va envejeciendo a su alrededor mientras caminan. La luz es cada vez más tenue, y el día se oscurece bajo el cielo denso y plomizo. La nieve está empezando a cuajar, y hace mucho ruido cuando la aplastan sus pasos. Le escarcha el pelo a la niña como un glaseado de azúcar. Se mete por las rendijas y los huecos de las extrañas piezas metálicas que recubren los tacones de ambas botas como si fueran unos soportes quirúrgicos muy pesados.
Por fin llegan a una calle estrecha, poco más que un callejón entre unos edificios avejentados, a oscuras, con la excepción de una sola luz amarillenta que arde en un escaparate que tiene un letrero pintado en un alegre color rojo:

JUGUETES BECKMAN…»