Katherine Scholes
Novela
Planeta. 2014
ISBN: 9788408133063
«Impaciente, Kitty cambiaba de postura en su asiento. Daba la impresión de que el viaje se había eternizado, aunque por fin se acercaba ya el final y pronto se reuniría con su marido. Iban a volver a empezar juntos, a reiniciar su matrimonio. A partir de ahora, a salvo de un pasado que quedaba atrás, todo sería nuevo, inmaculado, indemne. No podía resistir las ganas de que el avión aterrizase… y de que comenzara su vida en África.
Como distracción, se alisó la chaqueta y se cepilló las migas de la camisa de lino de color crema. Apoyó después la cabeza en el respaldo del asiento y cerró los ojos. Los sentía resecos e irritados; apenas había dormido en veinticuatro horas. En algún lugar entre Roma y Bengasi, la tripulación había preparado unas camas para los nueve pasajeros, pero a Kitty le había costado relajarse pese a encontrarse bastante cómoda. Le molestaba la vibración de las hélices, que se filtraba a través del metal del fuselaje, desnudo de aislamiento, y además estaba la incomodidad propia de acostarse a dormir en medio de un grupo de hombres que, antes del inicio de aquel viaje, eran unos desconocidos. Kitty tenía la sensación de haberse quedado traspuesta tan solo cuando la tripulación regresó para plegar los camastros y servir el desayuno.
Abrió los ojos y volvió la cabeza hacia el pasajero que tenía a su lado. Paddy no mostraba signo alguno de cansancio. Se sentaba erguido, leyendo una novela de bolsillo bien manoseada y con las esquinas de las páginas dobladas. Como si hubiera sentido la mirada de Kitty, levantó la vista.
—No falta mucho. Apuesto a que se muere de ganas por ver a ese marido suyo.
Kitty asintió.
—Seis semanas parecen una eternidad.
—Es amor verdadero, entonces. —Le sonrió con descaro.
Kitty le correspondió. Paddy no mostraba las contenidas formas de los británicos; no era capaz de imaginárselo quedándose de pie como siempre hacía Theo, aguardando a que una señora tomase asiento antes de hacer él lo mismo. En ese sentido, aquel irlandés era como los australianos, y tal vez fuera ese el motivo de que Kitty se sintiese tan cómoda con él. También estaba el hecho de que era bajito y regordete, con un porte que le recordaba a una mascota cariñosa. Resultaba imposible imaginar que pudiera suponer una amenaza de ninguna clase.
—Tengo que terminarlo antes de que lleguemos. —Paddy recorrió con el pulgar las páginas que le restaban de la novela—. Me da la sensación de que vamos a estar muy atareados. —Retomó la lectura y pasó el dedo por la página para localizar por dónde iba…»
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