Jamie Thomson
Infantil. Novela
Alfaguara. 2012
ISBN: 9788420411026
«Caía, y su caída parecía eterna. Sentía que le arrancaban fragmentos de su ser, como si se estuviese transformando en otra cosa conforme iba cayendo. Pasado un tiempo muy largo, sus gritos de ira y temor se desvanecieron, y se sumió en una especie de sueño, perdió toda sensación y se precipitó en silencio a la nada de un vacío inmenso durante lo que le pareció una eternidad. Luego, de repente…
Dolor, cuánto dolor… que fue desapareciendo, y entonces inhaló tembloroso una gran bocanada de aire. Tosió y escupió un pegote de mucosidad negra. Se quedó mirándola, y esta se transformó en un pequeño charco de aceite negro y brillante. Permaneció tumbado unos segundos, sin hacer otra cosa que respirar.
Al tacto, el suelo le pareció gravilla endurecida. Apenas se podía mover, e incapaz de pensar con claridad, se sintió debilitado y lánguido. En las alturas, el cielo era azul, dolorosamente azul. Odiaba los cielos azules y la luz del sol.
Necesitaba ayuda y llamó a su lugarteniente, el Pavoroso Gargon, el Descuartizador, aunque la voz no consiguió salir de su garganta. Lo intentó de nuevo.
—¡Gaa… Gargon, a mí! —quiso vociferar en su tono más autoritario, pero solo consiguió liberar un leve chillido, agudo e infantil. ¿Dónde quedaba su imperial y oscura voz, esa que había enviado a sus Legiones del Horror a cruentas batallas y saqueos despiadados?
Lo intentó una vez más, aunque volvió a emitir un trino agudo. Gruñó y probó a levantar la cabeza, pero tampoco pudo. Se preguntó si se le habría vuelto a mover su Yelmo de las Huestes del Infierno: si no se asentaba equilibrado con precisión, podría pinzarle el cuello en una postura muy incómoda.
Se llevó la mano a la cabeza, pero allí no había yelmo ni nada. Tampoco notaba cuernos ni crestas óseas nudosas, únicamente lo que parecía una mata de pelo de color marrón sobre una cabeza más bien pequeña. ¡Y los dientes! Tampoco parecían estar bien, no estaban sus colmillos amarillentos con los que inspirar terror y pavor. Su cabeza, en cambio, parecía una cabecita humana similar a las que solía empalar en picas de hierro sobre las Puertas del Destino, o aquellas que Gargon colgaba de su cinto.
¿Qué estaba ocurriendo, y dónde estaba Gargon?»