Charles Darwin. El viaje

Janet Browne
Biografía
PUV. 2008
ISBN: 9788437073118

«No importa su genialidad, señor Pesca. En este país no queremos genialidad si no viene acompañada de  respetabilidad».

Wilkie Collins
La dama de blanco

«Nació en la Inglaterra de Jane Austen. Es más, los Darwin podían haber salido de las páginas de Emma, las cuatro chicas con una gran capacidad de comprensión de las flaquezas de los demás, su padre tan perspicaz como el señor Knightley. Los chicos tenían cualidades igualmente distintivas. Charles Darwin y su hermano mayor, Erasmus, eran unos jóvenes atentos y comprensivos llenos de un humor amable, apego doméstico y gustos modestos que hacía destacar a los personajes de Austen en los salones de la gente distinguida local, con una buena cantidad de defectos idiosincrásicos para equilibrar la balanza. Estos atributos naturales se veían realzados por una cuantiosa fortuna familiar. Igual que el sensato señor Weston con su corazón cálido y sus circunstancias financieras desahogadas, ambos tenían el favor general: “siempre grato”, como dijo Emma Wedgwood de Weston. Tras los focos dirigía la señora Darwin, una mujer lista, bien educada, amiga en cierta época de la novelista María Edgeworth, quien vivía retirada entonces, el homólogo femenino del señor Woodhouse, “nunca del todo bien y nunca muy enferma”, según su hermana Kitty.    
Los Darwin, como las familias de ficción de Austen, vivían en una market town en la campiña, en su caso en Shrewsbury, capital rural de Shropshire, sobre el río Severn a medio camino entre los Midlands industriales y Gales. Más allá, río abajo, en la Garganta del Severn ardía la fundición de William Hazledine, la fuerza motriz de la revolución industrial. Al noreste se asentaban las humeantes chimeneas de los talleres de cerámica. No obstante, Shrewsburyse mantenía intacto de cualquier signo de cambio industrial. La grandes casas de blanco y negro de los comerciantes de lana de Tudor se alineaban a lo largo de las calles estrechas en dirección de subida al viejo mercado, dando paso finalmente a un castillo y una arraigada escuela “pública” para los chicos, mientras que alrededor de la toda parte baja de la colina, el río hacía una curva y su meandro circundaba la ciudad, como dijo Daniel Defoe, con la forma de una herradura. Era un buen lugar para vivir, pensó Defoe: una “ciudad rica, grande, agradable, populosa; llena de altos burgueses y sin embargo con mucho comercio también”».